Arena
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Resumen
Acostumbrados a las pulcras narraciones evangélicas, a la autoridad invernal de Lucas y Mateo, acaso hemos descuidado las diversiones amenas de los textos apócrifos. Nada hay que reprochar al oro, al incienso y a la mirra; nada estorban los camellos ni el desierto a nuestra presunción del Oriente, pero parecen torpe imaginería al lado de las panteras perfumadas que sujetan los Magos en el inesperado evangelio de BenAbdelhis. Y no son las únicas alegrías, sin cambiar de página. A este sirio enemigo de los patriarcas de Antioquía, a quienes juzga culpables de todas nuestras fatigas, debemos una variación exquisita sobre la ofrenda de mejor acuerdo que recibió el Niño de Belén: aguas de soñar, espuma de Armenia y naranjas escarchadas. Ben-Abdelhis, «apóstata grosero», según sentencia de san Sofronio en Jerusalén, escribió su evangelio en el desierto, en la suprema hermandad de las arenas fértiles en visiones. Su prosa ignora los resentimientos del hereje desterrado; es atrevida pero atenta a la justicia del cuento. Y así, quiere Abdelhis que la Virgen devuelva el cumplido a aquellos príncipes de Oriente. La describe doblando uno de los pañales de Jesús para entregarlo a los recién venidos de Persia. «Tierno está el paño, y aún tibio», pronuncia la dueña sagrada. Y a señores tan principales, que llegaban con séquito de doce mil lanceros y babuchas ilustradas, les tiemblan las manos ricas en anillos al recibir la prenda humilde, «blanca como los corderos de Lucania», aventura el evangelista.