Memorias de una hogera
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Resumen
El primer copo vino a morir sobre un pliegue del capote. El muchacho detuvo el paso para admirar aquella memoria frágil con que la nieve se despide del mundo antes de hacerse agua. Volvió a caminar, ahora con el corazón algo agitado por el mal augurio que le alcanzaba cruzando montes, casi de anochecida y poco seguro del camino. ¡Cuántas veces soñó él con ser testigo de una nevada! Cuando lo destinaron a aquellas sierras fue lo primero que pensó. De soles y playas sabía de sobra, y hasta de echar redes donde el mar lo pide, pero de ese milagro del campo puesto de blanco no tenía más idea que la de los calendarios ilustrados. Un copo nuevo se apagó sobre la puntera de una bota, y en seguida vino otro a llorarle en la mejilla. El chico apresuraba el paso y los oídos se le llenaban de un silencio también desconocido. Tan sagrado era aquel recogimiento con que moría la tarde que crecía la ilusión de que podía oírse nevar. Ni siquiera sonaban las pisadas, igual que caminar por un sueño.