«ÇERIMONIAS ESTRAÑAS». Un recuerdo de la boda de María Tudor con Felipe II en la correspondencia del cardenal Granvela

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Patrimonio Nacional. Real Biblioteca

Resumen

El párrafo que el capellán Alguera le dirige al cardenal Granvela para abrir esta carta, insiste en la extrañeza que le causaron las ceremonias que pudo ver en Londres con motivo de las bodas del príncipe Felipe con María Tudor (25/07/1554). Para no juzgar al capellán de pánfilo ni de cándido en exceso, haremos bien en recordar que «estraño» tenía en su tiempo el sentido de singular y extraordinario [Covarrubias, 1611, 387r]. Mal comprenderíamos si no, el asombro de un personaje que conoce bien los ambientes cortesanos y al que, por tanto, nada hubo de extrañarle esta imitación del arte caballeresco ensayado en Windsor para casar a un príncipe. A la altura de 1554, la recreación de la literatura andante –siquiera en el vestuario y las armas– llevaba medio siglo asentada en los ceremoniales de la vida nobiliaria europea [Del Río Nogueras 2008; El legado de Borgoña. Fiesta y ceremonia cortesana en la Europa de los Austrias, 2010]. Es más, a la luz de la caballería impresa, y en un contexto social más variado y universal que el de las cortes reales, se llegaron a interpretar no pocas de las nuevas realidades que suministraba el Nuevo Mundo. El referente caballeresco trascendió las ceremonias cortesanas para contaminar incluso la nomenclatura familiar de animales domésticos, en especial perros y caballos. Entre nosotros, y en pleno siglo XVII, alcanzó a ciertas parcelas de la esfera administrativa: hay entre los papeles de Gondomar conservados en la Real Biblioteca dos relaciones de pensionados ingleses a sueldo de la corona española cuya verdadera identidad se esconde bajo nombres célebres de la materia de caballerías (cfr. II/2108, 83 y II/2219, 27). El propio Alguera, que evoca el soneto xxix de Garcilaso en su alusión a Leandro, hubo de ser lector del Amadís, pues bien se cuida de pintar una geografía fabulosa para describir su viaje desde Flandes hasta Windsor, al que llama, como en la novela de Montalvo, «Vindilisora». Tampoco se abstuvo de mencionar en su breve recuento los nombres del mismo Amadís en compañía de Lisuarte y Oriana. Es un testimonio más de la multiplicada vitalidad de esta fábula, acaso la más recurrida por el imaginario colectivo europeo del siglo XVI. Pero, además, había precedentes para no extrañarse de una fiesta semejante a la que asistió el capellán de Granvela, y también en Londres: cuando Catalina de Aragón hizo su entrada en la ciudad, el 12 de noviembre de 1501, al cortejo que avanzaba hacia el palacio de Westminster le fueron saliendo al paso seis «tableaux vivants» o cuadros teatrales representados por actores. Las escenas estaban cargadas de sentido alegórico y político de raigambre platónica. Aquel teatro era un recordatorio o una representación didáctica de lo que se esperaba de los jóvenes esposos: la búsqueda del honor como bien supremo, una conquista asistida por la «Rigueur», la «Noblesse» y la «Vertu» que debía empeñar la vida tanto de la infanta española como del príncipe de Gales [Domínguez Casas 1994, 213-214].

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Cómo citar
Real Biblioteca, P. N. (2011). «ÇERIMONIAS ESTRAÑAS». Un recuerdo de la boda de María Tudor con Felipe II en la correspondencia del cardenal Granvela. AVISOS. Noticias De La Real Biblioteca, 17(63), 1-2. Recuperado a partir de https://avisos.realbiblioteca.es/index.php/Avisos/article/view/438
Sección
Artículos