Del amor y de la muerte. Dibujos y Grabados de la Biblioteca nacional
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Resumen
Toda buena exposición, si se quiere que perdure y no se convierta en suceso episódico, debe pretender no solo mostrar un conjunto de piezas de valor, quizás poco accesibles al público que las contempla por primera vez, sino también proponer una idea, transmitir un mensaje. Para esto es preciso que en la exposición no haya una simple acumulación de piezas, por muy valiosas que estas sean, sino una estructura, una idea central a la que den réplica los objetos seleccionados. En el presente caso, la exposición de grabados y dibujos (permítaseme que invierta el orden del título del catálogo: hay más grabados que dibujos en la muestra) sobre el Amor y la Muerte que se acaba de clausurar el 12 de Mayo en la Biblioteca Nacional de Madrid (pero que volverá a instalarse en breve en el Museo de Bellas Artes de Bilbao) es un ejemplo magnífico de cómo un buen criterio de selección puede dar a las piezas escogidas un valor añadido al que ya tienen, situándolas en un contexto más amplio que les dé un nuevo sentido y amplíe su resonancia. Quiero decir con esto que la muestra no ha procedido por mero capricho a seleccionar un puñado de grabados de los inagotables fondos de la Biblioteca Nacional (la comisaria habla de más de medio millón incluyendo los encuadernados en libros o álbumes) tomando como simple excusa las ideas centrales del Amor y de la Muerte, sino que, por el contrario, ha realizado una verdadera reflexión en imágenes sobre estos dos motivos, sobre la visión del hombre europeo acerca de ellos en los últimos siglos. Se advierte la insatisfacción de la comisaria de la exposición, Elena Santiago Páez, cuando, en la introducción al principio del catálogo, señala el doloroso proceso de selección de ciento y un grabados y dibujos desde el Renacimiento hasta el siglo XIX que permitan ilustrar las distintas percepciones y sensibilidades que hacia el Amor se han tenido en la cultura europea moderna. En la muestra se ha dado, en efecto, cabida a grandes artistas de todos los tiempos, bien como autores de los grabados (el caso de Mantegna, Durero, Rembrandt, Tiepolo, Goya), bien como autores de los cuadros que luego ha reproducido el grabador (el caso de Miguel Ángel, Tiziano, Rubens, Hogarth), piezas estas últimas de una calidad que en nada desmerece de las primeras, porque, como bien señala Santiago, el proceso de traducción de la imagen del lenguaje pictórico al del grabado requiere una especial sensibilidad que no es la de un simple y mecánico artesano. Sin embargo, la exposición ha querido rehuir la fácil tentación de centrarse solo en los grandes nombres, conocidos por el amplio público, y ha procedido también a seleccionar un notable número de piezas de otros artistas, quizás menos conocidos para los no especialistas, pero creadores de grabados de un gran contenido simbólico, una enorme fuerza expresiva y una riqueza iconográfica verdaderamente sorprendente, piezas estas solo «menores» por ser menos conocidas y que sirven de pendant a las de los grandes artistas para proponer al espectador en conjunto una asombrosa reflexión sobre lo que significa el Amor y la Muerte en nuestra cultura.